Con la comida no se juega. La incidencia de la concentración económica en el agro sobre la crisis de la agricultura familiar

Dra. Laura Pasquali

La sostenida desaparición de pequeños productores es una tendencia ampliamente constatada por investigaciones especializadas y eso contribuye a comprender los profundos impactos económicos, sociales y culturales que trajo consigo la generalización de relaciones capitalistas en el agro. Si bien el proceso de reprimarización de la producción y concentración de la tierra afectó a todo el mundo rural, la cantidad de explotaciones de menos de 100 hectáreas se sustrajo aún más. La disminución de unidades productivas no fue uniforme, afectando mayormente a los productores familiares.

Una vía de entrada para pensar la historia económica de Argentina es preguntarse cómo las clases dominantes lograron ubicar al país como proveedor de materias primas y alimentos. Posibilitó ese proyecto su competitividad mundial agropecuaria por las condiciones ambientales excepcionalmente favorables con los que cuenta el país, especialmente la pampa húmeda. En ese sentido, es oportuno insistir en que esa gran fertilidad es un recurso natural y como tal tiene un carácter social indiscutible (tesis no menor para planificar políticas económicas). Sin embargo, la tendencia ha sido la consolidación de peso taxativo de la apropiación terrateniente del espacio rural, sobre el que se desató una verdadera fiebre de especulación inmobiliaria incrementándose los precios de la tierra aun por encima de las expectativas futuras. Los terratenientes levantaron una valla económica y social para todos aquellos que quisieran dedicarse a la producción agropecuaria.

Es así como desde fines del siglo XIX, con más o menos anuencia del poder político, con intensas o débiles disputas al interior del mismo sector agrícola, habiendo sorteado la década de los ‘60 y ‘70 signada por la conflictividad obrera y popular que puso en jaque el predominio de las relaciones sociales capitalistas, el punto es que llegamos al siglo XXI con aquel proyecto casi incólume. Esta desventura en la historia argentina nos preocupa también porque claro está, la consolidación de ese modelo supone como condición sine qua non la liquidación de todo proyecto popular, apelando a estrategias de disciplinamiento que han incluido represión legal e ilegal, desindustrialización, ahogo crediticio, etc. En suma, significó disolver cualquier intento de alternativas anticapitalistas centradas en el trabajo de la tierra.

Primera advertencia: el papel que juega el sector primario, y lo que consideramos reprimarización (o sea el extractivismo condicionado por el agronegocio) debe ser ubicado en un proceso más amplio y en el concierto de las políticas aplicadas en diferentes momentos históricos tanto en Argentina como en el resto de América latina.

Ahora bien, también en una perspectiva de largo alcance, ha sido significativo el peso de la producción familiar como una constante del trabajo agrícola, especialmente pampeana. A mediados del siglo XX más de la mitad de la producción rural de esa región se originaba en el trabajo familiar, superioridad que se asentaba en un conjunto de chacareros que en ese entonces no se subordinaba mayoritariamente al capital usurario o de los acopiadores, sino principalmente a los grandes latifundistas, quienes, como dijimos antes, también detentaban una altísima cuota de poder político.

Matrimonio por conveniencia

Siguiendo los aportes de quienes han investigado sobre este tema, entendemos que la reprimarización se trata de enfatizar la producción de materias primas exportables (commodities) y también aquellos recursos de producción del agronegocio o agroindustrias para el mercado interno. Y aunque en lo inmediato esas actividades son muy rentables, conllevan en el mediano plazo el agotamiento los recursos naturales del país, una inusitada degradación ambiental y gravísimos resultados en la salud humana y animal.

Aquí amerita una observación: aunque en el caso de Argentina solemos asociarlo al término sojización, el agronegocio no responde a una realidad territorial específica, como tampoco a un cultivo, o un actor en particular, sino que se trataría de un modelo que, según las investigadoras Gras y Hernández, reconoce ciertos atributos que organizan una dinámica económico-productiva específica, a saber: la transectorialidad, priorizar el perfil global del consumidor, la generalización del papel del capital en los procesos productivos, una estandarización de la tecnología, y el acaparamiento de tierras.

Sin embargo, estamos ante un matrimonio por conveniencia: en Argentina, fue durante la creciente sojización de la agricultura cuando el metabolismo del modelo del agronegocio mostró su costado más descarnado.

Familias rurales

Especialmente en Argentina, la denominación agricultura familiar involucra diversos tipos de actores asociados al medio rural; es un concepto dinámico y pasible de ser revisitado conforme se transforma la realidad económica y social. Agricultores familiares no es una realidad social nueva: tuvo otras denominaciones desde su emergencia en el siglo XIX: colonos, “gringos”, chacareros. Sin embargo, desde mediados de la primera década del siglo XXI y más especialmente desde el pináculo del conflicto entre el gobierno y los sectores dominantes del agro en 2008, los agricultores familiares comenzaron a ser considerados sujetos de intervención de políticas públicas de carácter estatal; la agricultura familiar creó agenda y de hecho se organizó una Secretaría que atendería a sus realidades. Desde entonces, la agricultura familiar emerge de diversas maneras en contextos políticos diferentes, pero siempre como una categoría en tensión.

Como sostiene Nogueira, ya sea en el plano conceptual como en el propio desenvolvimiento productivo, estamos asistiendo a la incongruencia entre el agronegocio y agricultura familiar. Por ahora, el agricultor familiar ha mostrado un rol ambivalente, pues casi no participa o reproduce las lógicas económicas del modelo y además su referencia institucional en el marco del Estado es residual (considerando el contexto de disputa política en que son interpelados, incluso manipulados).

Extractivo vs. colectivo

Aunque la dependencia del agro como proveedor de divisas es una condena que ya peina canas, los trabajos consultados también reconocen que en la década de 1990 se configuró un escenario rural cuyo desarrollo del capital dejó una ostensible impronta. Aunque la disminución del número de establecimientos agropecuarios de carácter familiar comenzó a visibilizarse mucho antes, en los ‘90 fue notable el desarrollo y aceleración de la concentración económica que tuvo como contracara (¿o como condición imprescindible?) la desaparición de miles de establecimientos.

Por eso pensamos que la novedad en este caso es el nuevo modelo productivo: el del agronegocio que permite la emergencia de nuevos actores como los pooles de siembra y los fondos de inversión, que exige la adaptación de los tradicionales productores familiares (capitalizándose) y la eliminación de pequeños productores, de trabajadores rurales permanentes, e incluso la vida rural en su conjunto.

Así, por ejemplo, hemos visto cómo la rentabilidad positiva a favor de la soja fue desplazando actividades como el engorde de vacunos con pasturas implantadas, la lechería, u otras actividades en las que el trabajo familiar es muy significativo. La opción para esas familias fue reconvertirse o renunciar al trabajo rural, vendiendo o cediendo la tierra a agentes con mayor capacidad económica. Leyendo a Martínez Dougnac, sabemos que esto fue más grave ante la caída en los precios internacionales que lógicamente impactó mucho más en la rentabilidad de los actores más débiles. Verse sometidos a un mercado cada vez más competitivo, aceleró su salida de la producción, y se vieron obligados a ceder sus tierras.

La ecuación que siguió a eso es la disminución del número de establecimientos domésticos más el aumento de la superficie media de las unidades productivas, resultando tanto en procesos de concentración de la producción y uso del suelo, como de descomposición de la agricultura de base familiar.

Crecimiento con exclusión

Un caso notable es el santafesino, especialmente los departamentos del sur, que se transformaron en un área clave de localización del complejo agroindustrial sojero, tanto por la especialización productiva del área como por la ubicación privilegiada para la exportación; como sostiene Albanesi, se fue verificando un constante aumento de la superficie sembrada con soja, el desarrollo y consolidación de empresas transnacionales y nacionales vinculadas a la producción y distribución de insumos y materias primas, así como también a su transformación industrial y exportación. En suma, un proceso de centralidad del sector agropecuario en los que predominaron las etapas no agrarias: un agro industrializado y subordinado “en la medida que el centro de decisiones pasó a estar fuera de él”.

Esta discusión ha vuelto a escena con mayor protagonismo en el período abierto en 2002 y en esos casos, hay quienes involucran en el análisis el peso de la inversión extranjera directa en el país. Por ejemplo, Costantino insiste en que el proceso de extranjerización tendió a profundizar un patrón productivo orientado a la explotación de ventajas comparativas “incluso la propia industria comenzó a especializarse cada vez más en el procesamiento de materias primas y alimentos, en detrimento de sec­tores más complejos e intensivos en tecnología”.

Más recientemente en Santa Fe (2018) había 8.820 empresas agropecuarias menos que a principios de siglo (una disminución del 31,4%). De 28.304 explotaciones agropecuarias en 2002, se pasó a 19.214. Expresado de otra forma, cayeron 3 de cada 10 productores.

Si bien en números absolutos la caída fue más pronunciada entre 1988 y 2002 -con más de 9.700 bajas-, entre principios de siglo y 2018 la pérdida de unidades productivas fue mayor en términos relativos. También se vislumbra que la reducción de explotaciones es mayor en esta provincia que a nivel nacional. Pero en todos los procesos globales de expansión de las commodities subyace, como condición indispensable de posibilidad, la expulsión o marginación de la agricultura familiar. Estamos en presencia de estrategias de producción que compiten por los mismos espacios, por lo tanto, se invalidan mutuamente (¿o la reprimarización no nos habla acaso de cómo cambian los territorios?). En el mejor de los casos, la consideración de los productores familiares como sujetos de políticas públicas asignan a estos agricultores un rol subordinado en el circuito económico y omiten descaradamente lo que refiere a las causas estructurales que generan su exclusión.

Por todo esto hablamos de una relación directa entre reprimarización y desaparición de pequeños productores, se trata de la aceleración y profundización de dos procesos propios del desarrollo del capital articulados entre sí: la concentración económica y la descomposición de la producción familiar. Fenómeno que en cada región de Argentina adopta rasgos específicos; por ejemplo, el avance de la soja hacia las provincias del noroeste y noreste implicó también una transformación de las relaciones sociales y formas de organización de la producción y en el caso de zonas de la pampa húmeda asistimos a una “salarización” de la fuerza de trabajo agrícola, sobre todo mediante la extensión del recurso del contratismo.

Con la comida no se juega

El modelo extractivo exportador no solamente impone una lógica de saqueo y contaminación, sino que socava las bases mismas de nuestro sustento.

Los productores familiares son los principales – y en ocasiones los únicos- proveedores de alimentos para más del 70% de la población del mundo, y producen esta comida con el 25% de los recursos -agua, suelo, combustibles- empleados para llevar la totalidad de los alimentos a la mesa.

Mientras tanto, la cadena alimentaria del agronegocio provee de comida a menos del 30% de la población mundial, utiliza para eso el 75% de los recursos, y todo eso siendo una de las fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero.

Subyace en todo este planteo la conciencia de una tensión irresoluble entre una forma de producción y el ambiente –o más descarnadamente, entre la necesidad de divisas y la sostenibilidad de la vida-. Esos son los costos sociales y ambientales que implica el ingreso de dólares a la economía argentina.

Referencias utilizadas:

ALBANESI, R (2015) Ayer productores propietarios, hoy asalariados rurales. La encarnadura de los años 90.XIII Jornadas Rosarinas de Antropología Socio-Cultural, Universidad Nacional de Rosario, Facultad de Humanidades y Artes, Departamento de Antropología Socio-Cultural

COSTANTINO, A. (2017) La estructura económica durante el kirchnerismo: ¿reprimarización o reindustrialización? En SCHORR, M (coord.) Entre la década ganada y la década perdida. La Argentina kirchnerista. Estudios de economía política; Buenos Aires: Batalla de Ideas Ediciones.

GIARRACA, N. Comp. (2013) Actividades extractivas en expansión: ¿reprimarización de la economía argentina? Buenos Aires: Antropofagia

GRAS, C. y HERNÁNDEZ, V. (comp.)2013. El agro como negocio. Producción, sociedad y territorios en la globalización. Buenos Aires: Biblos.

MARTÍNEZ DOUGNAC G. (2004). Concentración económica y agricultura familiar: hipótesis acerca de su evolución en el agro bonaerense a partir de un análisis regional. Historia Regional, (22)

NOGUEIRA, M. E. (2020). Construcción de ciudadanía en la agricultura familiar. Algunas reflexiones para el caso argentino (2004-2019). Kult-Ur7(14).

PROPERSI, P. et all (2019) Treinta años es mucho. Cartografía socioproductiva de Santa Fe en el período 1988/2019.Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios (50) – 1er semestre

Por Editor

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